Humanidad

Es una de las escenas más impresionantes de la literatura griega: el encuentro y diálogo entre el sanguinario Aquiles y el anciano rey de Troya Príamo. Ambos, después de todo el rigor de la guerra, de todo el sufrimiento y de toda la crueldad de una venganza carente de sentido, reconocen y honran en el otro al ser humano.

Como comenta, el profesor García Gual, en nuestra época, cuando resulta tan habitual la deshumanización y demonización del adversario a través de la propaganda patriótica, y tan frecuente la representación de los combatientes enemigos como seres radicalmente inhu­manos, de rasgos bestiales, individuos en serie que merecen, por tanto, una despiadada aniquilación, conviene recordar esta lección magnánima del mundo homérico y trágico, en los comienzos lejanos del humanismo europeo:



Príamo, después de cruzar el campo de batalla, penetra en el campamento enemigo, llega hasta la tienda de Aquiles y sin vacilar avanza hasta él abrazándose a sus rodillas con la típica postura del suplicante. Se arrodilla ante su enemigo, se humilla ante los pies del asesino de sus hijos y le suplica la devolución del cadáver del más querido de ellos, su heroico hijo el príncipe Héctor. El rey podría ser fácilmente eliminado o quedar apresado y vendido como esclavo. Sólo su edad, sus blancos cabellos y sus nobles palabras le sirven de defensa. Sólo la compasión humana, que está por encima del código de las normas guerreras, puede salvarlo.

Aquiles se conmueve ante esa audacia magnánima y la compasión le obliga a responder con nobleza. Entonces, Aquiles que se había prometido destrozar y ultrajar ese cadáver hasta convertirlo en un amasijo sanguinolento destrozando sin piedad su noble y hermosa figura, cede a las súplicas del rey, lo levanta y abraza entre lágrimas antes de devolverle a su hijo muerto. Lo trata con la nobleza y la cortesía que el viejo monarca merece de un temperamento compasivo.

A continuación, Aquiles sale de su tienda para disponer la pronta devolución del cadáver de Héctor. Quiere hacerlo con todo el decoro exigible: de inmediato manda que lo bañen, lo unjan con óleos y lo cubran con un hermoso manto. A continuación, él mismo Aquiles lo alza en sus brazos para depositarlo en un lecho fúnebre, que luego asegura sobre el carro de Príamo. Lavado, perfumado, con ropas elegantes y en un féretro digno. Le dispensa los cuidados que solían corresponder a sus familiares, normalmente la madre del muerto y sus sirvientas. En este caso, era su adversario quien le proporciona esos últimos cuidados.

Aquiles confirma su generoso gesto preguntando al rey cuántos días necesitan los troyanos para celebrar dignamente los funerales de Héctor. Príamo calcula que diez días necesitarán para recoger la leña de la pira fúnebre en los bosques cercanos. Aquiles le promete una tregua de diez días. Todo ese tiempo contendrá al ejército aqueo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario