La mitología griega, considerada como uno de los primeros pasos hacia una racionalidad sistematizada, nos suministra mensajes de una profundidad sorprendente: el orden en el universo, la existencia de un lugar natural en ese orden, la vida en armonía como la adecuación a ese orden, la búsqueda de ese lugar que cada cual debe emprender y el premio alcanzado de la sabiduría y la serenidad. De esta manera, la mitología se presenta como un dispositivo teológico y cosmológico sofisticado, para entre otros aspectos, dar sentido al universo y comprender que se hace en esta tierra y tratar de fijar el sentido de nuestra existencia. En estos relatos subyace una vida lograda en un universo ordenado, armonioso y justo en cuyo seno se nos incita a encontrar nuestra senda.
Orden. Según lo visto, la premisa es un universo ordenado. Por ello, la mitología comienza por una narración de los orígenes del cosmos que se nos presenta como una victoria de las fuerzas del orden contra las del desorden (pues en este cosmos, en el seno de ese orden, es donde va a ser necesario que encontremos, cada uno a su manera, nuestro lugar para alcanzar la vida buena).
De esta manera, asistimos en estos relatos a guerras donde lo que está en juego está muy claro: se trata de evitar que el caos, el desorden absoluto, prevalezca sobre la posibilidad del orden, sobre el surgimiento de un verdadero cosmos. Y efectivamente, los dioses olímpicos lograrán la victoria: el cosmos, el universo ordenado y equilibrado es instaurado. Las fuerzas del desorden y del caos son sometidas, destruidas o desterradas y encadenadas en lo más recóndito y profundo de la tierra.
Vida en armonía. A continuación, se nos muestra que en ese orden cósmico cada uno de nosotros posee su sitio, su «lugar natural». Desde ese punto de vista, la justicia y la sabiduría consisten fundamentalmente en el esfuerzo que hacemos para acoplarnos en él. Hasta tal punto que la vida en armonía con el orden del mundo, es preferible a cualquier otra forma de existencia
Así, la justicia (en griego diké) entendida en primer lugar como “rectitud”, se definirá como una conformidad con el mundo organizado y será la virtud más grande. Y en este contexto, en el templo de Delfos nos encontramos con uno de los lemas más celebres de la cultura griega: «Conócete a ti mismo». Pero la frase no significa, como a veces se cree, que se deba practicar lo que se llama la introspección. El significado es otro: la expresión quiere decir que se deben conocer los límites. Saber quién es uno es conocer el propio «lugar natural» en el orden cósmico. El lema nos invita a encontrar ese lugar exacto en el seno de este orden y sobre todo a quedarnos, a no pecar nunca de arrogancia y desmesura (hybris como veremos a continuación).
Hybris. Pues bien, si la edificación del orden cósmico es la conquista más preciada, la falta más grave que se puede cometer a los ojos de los griegos, y de la que la mitología no deja en el fondo de hablarnos, es, esa desmesura orgullosa que empuja a los seres, tanto mortales como inmortales, a no saber quedarse en su sitio en el seno del universo.
A la sabiduría de una vida en armonía, una vida acorde con el orden del universo, los griegos oponen la hybris, la desmesura de las vidas que se eligen la hostilidad al orden. Arrogancia, insolencia, orgullo y desmesura son diversas traducciones que todas ellas hablan de un aspecto de esta hybris, de este pecado contra el orden cósmico. Y, ¿qué les ocurre a los que no se conforman, y que por orgullo, por arrogancia y desmesura, por hybris, se rebelan contra el orden cósmico? Muchos problemas. Son las historias de Asclepio, Sísifo, Midas, Tántalo, Ícaro y tantos otros que dan testimonio de ello
En definitiva, tenemos una hermosa lección resumida en el célebre «conócete a ti mismo» que nos sugiere un «entérate donde está tu sitio, tu lugar natural, y quédate en él, sin hybris, sin arrogancia ni desmesura que vengan a perturbar el orden». Nos encontramos con un envite fundamental, el comprender por qué estamos aquí y lo que vamos a poder hacer en este mundo divino y ordenado, sabiendo que nuestra existencia mortal no dispone más que de un tiempo muy breve que va a ser necesario ocupar lo mejor que podamos.