Las arpilleras de Millares


Sabe expresar el sufrimiento del ser humano y provocar una intensa reacción emocional en el espectador. Opresión, pobreza y miseria se hacen patentes en su obra con una fuerza enorme y a su vez hermosa. Violencia, convulsión, dramatismo y a su vez equilibrio y quietud.

Materiales sencillos, arpilleras, sacos abandonados,... combinados con rojo, negro y blanco. Arpilleras con desgarrones a través de las cuales puede verse la pared, el bastidor, el tensor. Agujeros, no para ver lo que aparece detrás de ellos, sino para que sus bordes rasgados, entreabiertos invadan el espacio, avancen hacia el espectador, y se vuelvan a cerrar luego en recosidos brutales. De esta manera las arpilleras toman cuerpo y volumen a través de un juego de tensiones. El soporte es el protagonista: se arruga, se dobla, se perfora, se cose... La creación se vertebra sobre estas múltiples tensiones a las que somete a la tela.

Negros bituminosos y rojos tejas descascarillados o sangrientos que luchan implacablemente sobre blancos calizos. Negro de muerte. Rojo de sangre. Blanco de cal. Ocre de tierra. Colores que potencian la sensación de violencia y horror que nos quiere transmitir

Heridas y cruces. Alusiones a cuerpos maltratados, angustiados, afectados por la miseria y la opresión. Era el siglo de Auschwitz e Hiroshima, años de existencialismo sensible a la pobreza de sus arpilleras y harapos, y a la destrucción y negación que revela el maltrato al cual somete Millares sus telas. Hoy quizás no se repitan las grandes barbaries del siglo XX, pero el sufrimiento humano sigue presente y la obra de Millares como metáfora de la barbarie e irracionalidad de la condición humana.

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